En 1982, este cordobés audaz no sabía que, además de ponerle el cuerpo al incipiente conflicto armado en las islas Malvinas, iba a encontrar allí un valor que le permitió dedicarse a una de las profesiones más peligrosas que existen: la de reportero gráfico de guerra.
En combate, le pasó de todo: fue herido en la cabeza por una esquirla, sufrió el frío y el hambre y pasó días en un calabozo por haber pedido comida en las casas de los kelpers en Puerto argentino. Además, lo discriminaban por judío. Con la vuelta de la democracia, cubrió las rebeliones carapintadas y de allí, al mundo. Dice no temerle a la muerte.
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