Hernán Dobry

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15 marzo, 2021

“Terminar una historia es poder ser juzgado”

De los tres espacios que conforman el ámbito de los eventos vivenciales, el de la ficción como dimensión de lo imaginable atrapa al imaginador al excitante estado de la fabulación y de la mentira como señuelos.
En sí, la ficción literaria u oral se diferencia de la científica en que esta última trama sus motivos para reflejar el arquetipo de lo real y la otra en la construcción novelas, cuentos, poesías a través de ideogramas que sirven para consolidar lo inexistente.
La tercera pata y en la trilogía espacial sería la de la historia, es decir, el ámbito de los eventos dados con la razón viviente. A todos ellos, los une el lenguaje que es la materia deleznable del pensamiento, pero primordialmente necesaria como trampolín del conocimiento.
El cuentista, pensador y literato, Marcelo Birmajer, tiene esa capacidad única de hacer ver, sentir y emocionar a sus lectores a través de las figuraciones humanas desde los ángulos más insospechados.

Mario Dobry (MD): ¿En qué consiste el placer de contar y qué obtiene el que cuenta haciendo esa función?
Marcelo Birmajer (MB): El placer de la narración se obtiene, en mi caso exclusivamente, cuando uno está conduciendo la historia y se deja conducir por ella al mismo tiempo, como montar un caballo cuando uno no es un jinete. La experiencia montar un caballo para los neófitos es siempre sorprendente: no es lo mismo para un peón o un hombre de campo. No te caés del caballo, de algún modo lo conducís, pero también él sabe a dónde tiene que ir. Esa es la relación de una historia cuando uno empieza a contarla bien. Puede ocurrir que se estanque o empaque como una mula y, ahí, no hay placer, únicamente esfuerzo. El placer espanta la historia, se desata, se despega y uno le acompaña. Por supuesto, finalmente uno es el responsable, pero hay algo que nos excede cuando escribimos bien una buena historia.

Hernán Dobry (HD): Vos hablás de ese placer en el momento del proceso de contar y al terminar ¿en qué cambia al ver la obra, es ese hijo que nació y que empieza a tomar vida propia?
MB: Primero quiero impugnar la metáfora de los hijos en cuanto a los libros, no lo admito, lo escucho en boca de muchos escritores y la rechazó para mí. Mis hijos son algo extraordinarios y no hay ninguna comparación con un cuento o un libro, ni mío, ni de ningún autor. No se puede comparar una cosa con otra a favor de los hijos. En el modesto campo de la literatura, terminar una historia es poder ser juzgado, qué dicen los lectores. Ahí, hay también una ambigüedad. Por un lado, el autor no la va a publicar si no está convencido, pero esa convicción es un alegato, no una sentencia. La sentencia la da el lector y el escritor. Todos los lectores del mundo pueden decir que mi historia no les gustó y aun así que a mí me guste. La escribí para que ellos dicten la sentencia y puedo apelar, pero finalmente el fallo es conjunto. Esto es lo que siento cuando publicó una historia definitivamente.

HD: Muchas veces uno escribe de corrido, otras vas dando vueltas. El método es diferente para cada uno, pero una vez que terminaste empieza un proceso nuevo que es el de la revisión, reescritura o destrucción en el caso de muchos autores ¿Cómo vivís ese proceso?
BM: Corrijo las historias y los cuentos en función de mi estilo, en palabras repetidas, gramática y ortografía, pero cuando la termino de escribir es porque la historia tiene un sentido. Eso es espontáneo. Puede ocurrir que agregue una vuelta más, pero a grandes rasgos, el sentido está y esa sensación generalmente antes de ser la idea es de completud y de satisfacción. Luego, viene la respuesta del lector, que para mí es fundamental, no es aleatorio.

MD: En tus cuentos, haciendo un paralelo con las matemáticas o las ciencias, hay algo así como un teorema, donde uno plantea una hipótesis determinada y quiere llegar a un lugar y tiene que hacer esa demostración y eso se torna un reto en sí. A veces, uno plantea una cosa, quiere llegar a un final, pero en el medio se transforma en algo verdaderamente oscuro que de pronto no lo puede llevar a cabo. En las matemáticas, el planteo de los teoremas sirve para abrir la amplitud del lenguaje del conocimiento. Tus cuentos me provocaron un impacto de revisión de conceptos míos, ver a través de tu forma demostrativa, cómo llegás a un lugar que a su vez me abre un montón de canales nuevos del pensamiento. ¿Hay algo de ello en tu actitud de contar?
MB: Definitivamente, la obligación de un autor es hacer reír, llorar, crear suspenso, instigar en el lector un punto de vista que sin haber leído el cuento nunca se le hubiera ocurrido. Ofrecer otro punto de vista. Así que, si hay una actitud, lo cual no quiere decir que esto sea matemático, ni una parábola perfecta, hay una intención.

HD: Y ¿cuál fue tu intención en tu libro “La mesa del olvido y otros cuentos de amor?
MB: Cada cuento toca distintas fibras íntimas del lector, pero en todos los casos quiero aportar una manera distinta de ver el mundo o la condición humana. En definitiva, es lo mismo: el mundo es la condición humana y viceversa. Hay cuentos que tienen un toque humorístico, otros trágicos, dramáticos, menos dramático, algunos son metafísicos y otros terrenales. “La boda” puede ser uno de esos muy terrenales y humorísticos con un humor sardónico mientras que “El reencuentro” es metafísico. En todos los casos, hay cuentos de amor, pero hay un punto en que no son habituales, son por lo menos singulares y eso es lo que comparto con el lector.

Si querés ver o escuchar la entrevista completa que le realizaron Hernán y Mario Dobry al escritor Marcelo Biermajer en su programa “Letras y corcheas”, que se emite por Eco Medios AM 1220 los jueves a las 22, hacé clic en los banners.

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