El rabino Bernardo “Baruj” Plavnick murió como vivió: intentando ayudar a los más débiles y necesitados. Por eso, montó un centro de vacunación en su sinagoga, Fundación Pardés, y decidió dejarle su dosis a las personas de riesgo, antes de aprovechar su posición de privilegio para aplicársela él mismo.
Con la misma ética, había actuado durante la última dictadura militar en la Argentina, cuando acompañaba a su maestro, el rabino Marshall Meyer, a recorrer las cárceles en la ciudad y la provincia de Buenos Aires, para prestarles asistencia espiritual a los presos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) o en las marchas para reclamar por la aparición con vida de los desaparecidos.
Su convicción por ayudar a quienes más lo necesitaban fue la que lo movió a proponerse para alistarse como capellán, para prestarle asistencia espiritual a los soldados judíos que estaban combatiendo en la guerra de Malvinas.
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