Hernán Dobry

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22 noviembre, 2021

“Cada palabra aporta un mundo y en poesía mucho más”

Hay un estado de lo humano que puede llamarse, sin equívoco, el de poeta, que distingue al que lo posee del resto de los miembros sociales de su comunidad. Esto no confiere ningún privilegio, pero sí obligaciones inherentes al haber asumido el rol de tal y sentirse capacitado para hacerlo.
Serlo implica asumirse en el derrotero de la indagación, de la exaltación, de la crítica y del amor irrestricto a la belleza del vivir, tal como un anacoreta lo haría ante la imagen divinizada de lo absoluto.
Si el poeta no siente lo que expresa, podrá haber poemas, pero no habrá poesía. Rafael Felipe Oteriño es un poeta en poesía, es decir un poeta excelso.

Mario Dobry (MD): En tu poema “Lengua Madre”, decís: “Para afirmar este es el aire y el fuego, esto es lo líquido y lo sólido. Y que aire, fuego, líquido, sólido, su corazón de Medusa, su confundido aroma, tuve que vivir”. ¿Qué tuviste que hacer para sentir, pensar y expresar al ritmo y amor de poesía?
Rafael Oteriño (RO):
Ese es un poema que nació ya hace unos cuantos años, digamos la mitad de mi vida literaria. Seguramente, ahí, aparece la idea de hacer un acto de responsabilidad. El poeta se basa en la palabra, que utilizan todos. Pasé por la facultad de Derecho y la de Letras, finalmente terminé recibiéndome de abogado y fueron años en los que mi vínculo con la palabra fue, en gran medida, con la jurídica. Pero, al mismo tiempo, paralelamente, estaba mi contacto con la palabra poética. En ese poema, que será de mis 40, 50 años, hago ver la responsabilidad que uno tiene con la palabra. No es que el poeta o cualquier hablante dice cualquier cosa con las palabras y las utiliza así, ligeramente, sino que sea un acto de responsabilidad. Cada palabra aporta un mundo y en poesía mucho más. Está lo dicho y lo no dicho, los silencios. Por eso, decía: “tuve que vivir”, y claro, porque para que la palabra se llenará de contenidos, de experiencia, se interiorizará, hubo que vivir. Eso no quita que uno al estilo Rambo a los 17, 18 años también haga muy buena poesía, porque tiene algo también que es fruto de un don o, tal vez, eso que se le llama inspiración, esa palabra cedida, que parece que se independizara del diccionario y quiere existir por sí y se vale de uno para a bajar a la página. Todo esto es un mundo realmente muy rico, pero tiene como como instrumento, y como destino la palabra.

Hernán Dobry (HD): ¿En qué reside el misterio por ser conmovido por las palabras?
RO:
Porque las palabras dicen algo. Normalmente, en la primera lectura expresan lo que dice el diccionario, o sea, ese sentido convencional que ya está muy trabajado por los lexicógrafos y que lo que buscan a lo largo de la historia es ir a ver esto, aquello, que significa cada palabra. Ahora, los poetas sentimos una gran insatisfacción, que lo que dice la convención, o sea los diccionarios está bien, pero es insuficiente. Siempre hay algo que queda pendiente, que está por ser dicho. Tal vez, este sea el trabajo del poeta: darle entidad y realidad a algo que escapa de los modos convencionales de la comunicación.

MD: Hay en muchas artes la impronta de la juventud, que hace a lo maravilloso. Por ejemplo: el tocar instrumentos. Hay niños a los 4 o 5 años que son maravillosos ejecutantes de piano, de violín. Ahora, componer una obra mayúscula requiere de una experiencia sólida que no la da sólo el ejecutar bien un instrumento. Existen poetas que han sido mayúsculos e irreverentes, que enfrentaron lo social desde su juventud con una impronta fuerte y que modificaron el sentir de la vida poética de los poetas. El caso de Rimbaud, era un muchacho muy joven, 17-18 años y, sin embargo, tuvo un impacto que dio una nueva forma de visión de un hombre ante la sociedad que se presentaba sólida y discreta. ¿Qué opinás sobre esto?
RO:
Cada tanto, el lenguaje se vale de algunas personas, en este caso de algunos poetas y en otros de algún protagonismo de la política, para renovarse, para ir más allá. Apollinaire, en Francia, también viene a decir algo que estaba latente: que la sociedad, el tiempo y la época pedía que fuera enunciado. Pero, aparece ese hombre con un lenguaje distinto, no el convencional, viene y dice algo que estaba pidiendo ser expresado. Están los poetas y artistas, porque el concepto es muy amplio que incluye a los intérpretes musicales y los compositores, a los bailarines, pintores y escultores, que tienen unas antenas especiales para captar algo que está pidiendo tener definición y entronizarse en la sociedad. ¿Qué significa esto? Tal vez, simplemente, una percepción distinta, un modo más intenso de percibir algo que está queriendo ser enunciado. Cada uno lo va a hacer a través de su instrumento, de aquel en el que está iniciado. En el caso de los poetas, lo hacemos con las palabras. Lo que ocurre es que las palabras de las que nos valemos son las que se utilizan en todos los medios, están tanto en un expediente tribunalicio, como un informe documental, como en el lenguaje cuando uno va al comercio. Son las mismas y, a veces, sufren un desgaste de tanto uso y el poeta lo percibe. Ya no puede decirse lo mismo con los mismos términos y, ahí, viene la exigencia del creador: decir eso otro de otra manera, a través de un circunloquio, de una metáfora, de otro mecanismo para poder expresar eso que quiere ser dicho. Es un tema apasionante que supone una dedicación, un trabajo, mucho ensayo, mucha corrección. Es como los bailarines, hasta que llegan y corren el telón ¿cuánto tiempo han ensayado? Horas, para poder jugar en ese momento que es el del espectáculo público. En el caso del poeta, esto se da durante largas horas de ensimismamiento y de trabajo para coincidir en un libro. Concreta y termina en un libro que se edita y va en busca de los lectores. Aquí, está el drama también, porque el mismo poeta, pasado ya y publicado el poema, entiende que todavía es susceptible de correcciones. Estarán aquellos que lo dan por terminado y ya está, en todo caso vuelven a escribir el mismo poema de otra manera. Estamos aquellos otros que, al mismo poema publicado, lo volvemos a reeditar y le damos otra entidad, porque, en aquel momento, algo nos faltó, no dominábamos tanto las palabras o no teníamos tan clara la experiencia que nos llevó al poema. En un libro mío de hace varios años titulé a un poema: “Un poema no se termina nunca de escribir” ¿Por qué pongo ese título? Ese mismo poema había sido publicado en un libro anterior, estaba todo completo, pero a la línea final la había resuelto de un modo técnico, con cierta habilidad lo había sacado en una dirección. Pasados los años entendí que el final era otro y, entonces, la última línea la corregí y lo volvía a publicar en un libro, pero aclarando eso. Un poema no se termina nunca de escribir. Me parece que estoy incorporando algo, que es ni más ni menos que la temporalidad. O sea, en el transcurso de la vida en uno, la modificación de los temperamentos en uno y el cambio de lector. El lector siempre es otro, no es siempre el mismo e, inclusive, cuando vuelve a leer un mismo texto, a veces, lo interpreta de manera distinta y tiene derecho, porque en eso está incluida su propia vida, su temporalidad. Todo esto conjuga el acto poético.

Si querés ver o escuchar la entrevista completa que le realizaron Hernán y Mario Dobry al poeta Rafael Oteriño en su programa “Letras y corcheas”, que se emite por Eco Medios AM 1220 los jueves a las 22, hacé clic en los banners.

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